“No me llamen Noemí—contestó ella—. Más bien llámenme, Mara, porque el Todopoderoso me ha hecho la vida muy amarga. Me fui llena, pero el Señor me ha traído vacía a casa. ¿Por qué llamarme Noemí cuando el Señor me ha hecho sufrir y el Todopoderoso ha enviado semejante tragedia sobre mí?”

(Ruth 1:20-21, NTV)

A veces, quiero retroceder en el tiempo, a cierta temporada difícil o dolorosa de mi vida, para decirme a mí misma: “¡Ánimo! ¡Resiste un poco más, no te amargues porque Dios hará esto ………… dentro de ……. y con ayuda de ………!

También me he encontrado reprochándome, en el presente, la falta de confianza en Dios en esa misma situación, y por eso, suelo prometerme: “la próxima vez voy a confiar más, recordando como Dios trabajó detrás de esta situación”.

Siendo honesta, a veces, cumplo mi palabra, y, a veces, no.

Y cuando leo la historia de Noemí en el libro de Ruth, tengo ese mismo impulso de retroceder miles de años para decir: “Noemí, quita la amargura de tu corazón porque no te imaginas como Dios transformará tu dolor en bendición”.

Pero nada de lo que pienso es posible.

En los días de los jueces de Israel hubo una gran hambruna por lo que Noemí, cuyo nombre significa “mi gozo”, “mi dicha”, “agrado del Señor”, abandonó Belén junto a su esposo y sus dos hijos. La familia se instaló en Moab pero tiempo después el esposo, Elimelec, murió.

Noemí quedó sola con sus dos hijos que se casaron con 2 mujeres moabitas, pero 10 años después los hijos murieron.

¡Qué profundo dolor! Hasta aquí no se registra ninguna palabra o reacción de esta mujer.

Luego, sin esposo e hijos, decidió regresar a su tierra, la ciudad Belén, que había sido bendecida con buenas cosechas y las nueras, Orfa y Ruth, también estuvieron dispuestas a volver junto a ella. Sin embargo, Noemí las envió de regreso a sus familias para que reinicien sus vidas, pero las nueras se resistieron y lloraron desconsoladas a lo que ella respondió:

“La situación es mucho más amarga para mí que para ustedes, porque el Señor mismo ha levantado su puño contra mí” (Ruth 1:13b).

Orfa se despidió y se marchó, pero Ruth se aferró a Noemí demostrando profundo amor y fidelidad; entonces ambas iniciaron el viaje de retorno a Belén donde Noemí fue recibida por el pueblo y su respuesta fue:

“No me llamen Noemí—contestó ella—. Más bien llámenme, Mara, porque el Todopoderoso me ha hecho la vida muy amarga. Me fui llena, pero el Señor me ha traído vacía a casa. ¿Por qué llamarme Noemí cuando el Señor me ha hecho sufrir y el Todopoderoso ha enviado semejante tragedia sobre mí?” (Ruth 1:20-21, NTV).

La amargura es el sentimiento de profunda pena y frustración que puede experimentar una persona como consecuencia de alguna situación dolorosa o una injusticia. Y es así como se sentía Noemí: “con el corazón amargo”, por las situaciones aparentemente “injustas” que Dios había permitido.

Pero ¿por qué su vida tuvo que ser así? Porque Dios tenía un eterno propósito, Sus caminos y pensamientos son distintos, pero siempre mejores (Isaías 55:8-9) ¿Fue injusticia? No, Dios es siempre justo (Salmos 7:11) pero “Todo cuanto el Señor quiere, lo hace, En los cielos y en la tierra…” (Salmos 135:6a).

Noemí tuvo que volver a Belén para que Ruth se una en matrimonio con Booz y diera a luz un hijo llamado Obed, padre de Isaí, abuelo de David (Rut 4:13-22) de donde descendería nuestro Salvador Jesús (Mateo 1:1-16).

Las mujeres del pueblo alabaron a Dios por transformar el lamento de Noemí en gozo. Donde hubo cenizas, Dios creo algo hermoso. Donde hubo muerte, Dios trajo vida: “Entonces Noemí tomó al niño, lo abrazó contra su pecho y cuidó de él como si fuera su propio hijo” (Ruth 4:16, NTV).

No estamos seguras cómo será el final de la situación dolorosa o injusta que estamos atravesando, pero si podemos estar seguras de que la mano Dios continúa dibujando nuestra historia. Él si conoce el final, la obra terminada. Ni nuestras lágrimas ni nuestro dolor pasan desapercibidos, “Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro” (Salmos 56:8, NTV).

Amiga, hoy decidamos entregar esa amargura a Dios y recibamos, a cambio, confianza y esperanza.

 

Oremos:

 

Querido Padre, reconocemos que nuestro corazón se ha llenado de amargura por el dolor que solo Tú conoces y entiendes. Perdónanos si en el fondo de nuestro corazón te estamos culpando. Ayúdanos a perdonar a quiénes nos han herido. Te pedimos sanes nuestro corazón y nos otorgues confianza y esperanza mientras esperamos el final de esta historia. En el nombre de Jesús, Amén.

 

Versículos para meditar:

 

Salmos 30:11-12, Convertiste mi lamento en danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta, para que te cante y te glorifique, y no me quede callado. ¡Señor mi Dios, siempre te daré gracias! (NVI).

Salmos 84:5-6, ¡Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas y en cuyo corazón están tus caminos! Cuando pasan por el valle de lágrimas lo convierten en manantial. También la lluvia temprana lo cubre de bendición. (RVA-2015)

 

Para reflexionar:

 

¿Estás lidiando con amargura en tu corazón por alguna situación dolorosa e injusta? ¿Cómo la historia de redención de Noemí puede ayudarte a cambiar de perspectiva? Oramos para que la amargura de nuestro corazón se transforme en gozo, el gozo del Señor.

Nos encantaría que compartieras tus pensamientos en los comentarios.